Se entregó en una unión sin haber tenido una
experiencia anterior, y se consagró a él con los ojos cerrados a la vida que la
rodeaba.
Cuando terminó la ceremonia, un coro de voces
angelicales la condujeron hasta el pórtico de lo que sería en el futuro su
nueva y definitiva vida.
Durante su unión con él, nunca discutieron, nunca tuvo
un mal gesto con ella y por supuesto jamás la agredió, ni física ni moralmente.
Ella sólo podía reprocharle, que a pesar de las muchas preguntas que le hacía,
él nunca le respondió con palabras; se limitaba, cuando ella se dirigía a él, a
mirarla con ojos compasivos pero fríos.
Cuando ella ya andaba por la cincuentena de años, un
día, el jardinero que una semana sí, y otra no, venía a arreglar el jardín, le
preguntó, mientras ella estaba cortando las primeras rosas de la recién llegada
primavera, que si había por allí algún rastrillo, ya que el suyo se lo había
dejado olvidado en su casa. Ella recordó que en una pequeña estancia anexa al
jardín, hacía tiempo que había visto uno entre tiestos y cachivaches que lo
poblaban.
Se dirigieron hasta allí y penetraron en la
semioscuridad del lugar, esperando que sus ojos se aclimatasen del paso de una
mañana soleada a la penumbra del cuarto. Ella, sabedora de por dónde se
encontraba el rastrillo, empezó a apartar objetos hasta dar con él. Al
incorporarse, vio que el jardinero la miraba de una forma no conocida por ella,
con un brillo en los ojos que resaltaban en la penumbra. Fue como si despertase
de un sueño de años, y sintió un rubor que le invadía el rostro y después todo
el cuerpo. Él, sin dejar de mirar sus ojos, se acercó a ella, y con dulzura y
sin tocar su cuerpo con sus manos, la besó en la boca. Fue como si una descarga
eléctrica la atravesase, y a la par la sensación de estar levitando.
Él, cogió el rastrillo que ella sostenía en sus manos,
y salió de allí para seguir realizando su bello trabajo.
Aquella noche, desvelada, y recordando la caricia
recibida, ahora, a los cincuenta años, se daba cuenta de que se había
equivocado en su unión con aquel que nunca le daba respuestas a sus preguntas,
y con toda la vida que había llevado hasta entonces.
A la mañana siguiente, y sin que nadie la viese,
abandonó su hogar de tanto tiempo y en el que había pasado más de la mitad de
su vida: el convento.
Jaja, Nada... que en has engañado y hasta el final ni idea de que era monja, y es que hay muchos maromos que son igualitos al del relato. Qué arte tienes pa contar historias de intriga. Bst, Libert.
ResponderEliminarMaria es verdad que el otro dia sufriste un desmayo? En cuanto al relato, sabes quien era el "maromo"?
ResponderEliminarUn beso.
Buenas tardes, libertad. Un final sorprendente, muy bueno. Nunca es tarde para dar un nuevo rumbo a la vida; conozco yo a alguna que se salió del convento porque no le daban respuesta. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Mercedes. No te acordarás, pero el relato lo publiqué hace años en la Comunidad. Con cincuenta años, se pueden coger nuevos rumbos.
EliminarUn beso.
Volver a empezar !
ResponderEliminarEs siempre la clave de la felicidad....
Saludos
Hola Mark. No sé si es la clave de la felicidad, pero es una buena forma de buscarla.
EliminarUn abrazo.
La verdad es que algo me sonaba. Conocí a una compañera que le sacaron la herencia (como dote) para casarse con el que no responde; le dijeron que iba a ejercer de maestra en el colegio que tenía la orden y una vez que entró la pusieron de fregona. Aguantó unos años porque la superiora era su tía pero llegó un momento que se sintió estafada y se salió. Un abrazo.
ResponderEliminarLibertad: nuestra querida gloriainfinita os manda un beso a ti y a framula. le ha dado mucha alegría que le diera noticias vuestras. Un beso.
ResponderEliminarNo fastidies, despachar a sor María con un beso....jajajaja. Ya que estaba con el viejo truco del rastrillo le hubieras puesto un poco de morbillo a la cosa hombre. jajaja. Y mandale el jardinero a la alcaldesa de Madrid a ver si le cambia el careto, que falta nos hace.
ResponderEliminarHombre Carlos, es que él era muy respetuoso y solo llegó a ese tímido beso, pero a ella le sirvió para hacer que cambiase su vida. Lo lógico era que la hubiese puesto mirando a proa, pero el hombre tuvo reparos en hacerlo.
EliminarUn abrazo.
Claro que si Pedro, y ya no solo a los 50, creo que cualquier momento es bueno cambiar el rumbo si así de desea.
ResponderEliminarCarlos, buenísimo tu comentario, jajaja
Hola Mercedes. Seguro que lo habías leído antes. A mí y a Framula también nos ha dado mucha alegría saber de ella. Espero que algún día edite de nuevo su blog.
ResponderEliminarUn beso.
Hola Lita. Siempre es posible cambiar. Yo. por ejemplo, me cambiaba por un chaval de 20 años, y además guapo.
ResponderEliminarSaludos.