Ayer al pasar lo
miré, está allí solo. Me refiero a un árbol de esos que nacen espontáneamente a
la orilla de cualquier carretera.
No sé muy bien a
qué familia arbórea pertenece, solo sé que no da fruto ninguno.
Su madera no será
muy apreciada cuando nadie lo ha cortado para elaborar una imagen de santo, ni
tan siquiera ser aprovechado en construir una humilde ataúd para cualquier
muerto desconocido.
Observa la vida
pasar a su lado a ciento veinte kilómetros por hora, sin que nadie se pare para
hacerle una fotografía, ya que la belleza no es una de sus características.
Alguna vez ha parado alguien, al que la incontinencia le ha obligado, y allí,
amparándose en su tronco, alivia su necesidad.
Voluntariamente,
ha dado sombra a cualquier paseante que ha llegado junto a él, y por un momento
se ha sentido útil, pero esa persona ha continuado su camino y ha vuelto a
quedarse solo.
Posiblemente,
cualquier día, y debido a un nuevo plan de carreteras, algún nuevo carril vendrá
a ocupar su sitio, después de que una máquina mortífera lo abata.
Mientras tanto, ve
transcurrir primaveras, soñando que es un limonero que ofrece sus flores para
el ramo de una guapa novia desbordante de amor. Pero de ese sueño despierta,
cuando la sonora bocina de un camión que pasa a su lado, lo devuelve a la
monótona realidad de su existencia.
Muchas veces, en
nuestras vidas, nos sentimos también árboles de carreteras.